La ruta migratòria. Una singularitat paisatgística

Javier Balmaseda

Finalizado
Del SA 24.11.18 al DO 03.02.19

Sala de exposiciones temporales

Del 24 de noviembre de 2018 al 3 de febrero de 2019

 

Inauguración: 24 de noviembre a las 19:00h

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“El arte es el tratamiento simbólico y conceptual de la sensibilidad emocionada”. Estas palabras quieren sintetizar que el arte es siempre una cuestión formal extraída, depurada de la sensibilidad que determina el hecho de existir. El arte es existencia sublimada. Pero para la sensibilidad todo parece invertido porque es un hecho que es la poesía la que da palabra a las realidades físicas, la estética la que hace sensibles las formas; el arte invierte de sentido la anónima e indiferente naturaleza.  

A este mundo nuestro hay determinados seres humanos que tienen una percepción muy personalizada de lo que se les muestra ante los ojos. Esta actitud la señalamos como la del homo aistheticos -los que priorizan la realidad desde la vertiente formal de las realidades sintiéndose como suya, personal y con necesidad inmediata de traducirla en formas autónomas creadas-. Estos estrafalarios existenciales los designamos como los artistas y el resultado visual, táctil y sonoro son las obras de arte.   

Javier Balmaseda es, efectivamente, uno de estos casos. Como lo es cada uno de los humanos, Balmaseda es producto e hijo de su circunstancia tanto familiar o social como geográfica y política. Nació en la costa caribeña de Cuba (Cienfuegos, 1971), su sensibilidad y la educación y formación consecuentes ha formado al calor de una segunda generación de cubanos producto del castrismo político: formación plástica clásica impregnada de una profunda inquietud política y social. La conformación definitiva, la digestión, cada uno aporta la suya.

Otro factor radical y básico interviene en la creación de la obra plástica de Balmaseda. Además de los hechos sociales que le afectan hay unos hechos naturales -entre ellos los propios de su lugar de nacimiento- que consisten en el flujo anual de los cangrejos que a decenas, cientos, miles penetran en el mar provenientes de tierra adentro y que, instintivamente imperturbables, atraviesan cualquier obstáculo que no sea aquel natural que los impulsa a migrar hacia al mar. 

La geología, la orografía, la biología, la climática, la edáfica y las exigencias familiares y sociales, la naturaleza, hacen que aquel lugar en el que vive el artista Balmaseda se convierta en una reflexión que, por su caso, será la sensible y emocional, y elucubrarà y verificará en aquellos cangrejos que surgen de la tierra y impasibles atravesando la artificialidad de la inerte carretera y bajan hacia la orilla marina para hundir en ella. Destino final y destino biológico y natural que los impulsa y los constituye y justifica el periplo emprendido. 

Y es desde esta realidad natural entrecruzada por la obra del artificio social que a la sensibilidad estética del artista brota la obra de arte. 

Balmaseda es un ser vivo, sensible, reflexionador y con una peculiar respuesta estética por temperamento y formación por todo lo que le afecta. Y una de esas cosas que le afectan es la imagen de los migrantes actuales por todo el Mediterráneo y casi por el mundo entero, emprenden desde su país, de su territorio, de su historia ancestral un éxodo de vivac en vivac hacia un destino sin límites ni al tiempo ni al espacio humano. Los cangrejos lo hacen por instinto biológico, por un finalismo determinado por la naturaleza, pero estos humanos migrantes actuales lo hacen forzados por la bestialidad actual de las guerras de ambición, de poder, de dominio, de réditos financieros. A los migrantes actuales sólo les toca migrar y abandonarse al azar y ventura de lo que suceda.

Balmaseda, con su padre, caminando o en coche atravesaban aquella avalancha de cangrejos, los aplastaban, los clavaban patadas y como dominador del terruño, dueños del territorio, padre e hijo, avanzaban indiferentes. Para los migrantes de ahora es la administración política, el macadam, la base dura de la calzada, que deviene indiferente. 

Pero dentro del joven artista, aquella realidad ha ido saliendo y se ha convertido en una escultura: una carretera bien definida y señalizada en la que el macadam son los cangrejos, ahora sentidos, experimentados como humanos sin orientación pero con hito: llegar donde encuentren el calor acogedor, la suya probablemente. 

Contemplar esta aparente carretera vista de lejos, llena de humanos sufriendo en la realidad de su constitución la insensibilidad del observador indiferente, sólo es posible hacerlo desde la serenidad de la obra de arte. Cualquier otra visión sería dramática. Después, tal vez - depende del receptor de la realidad plástica -, se puede clamar la ira de la injusticia o la paz de un dibujo, de una pintura, de unos colores encajados o de una escultura monolítica o desarrollada en el espacio. La obra bien hecha, se quiera o no, aporta a quien la contempla la paz del espíritu y la del paisaje.

Es por la fuerza de las formas que nos sentimos afectados en positivo o en negativo; es un ejemplo La ruta migratoria. Una singularidad paisajística, de Javier Balmaseda.      

 

Fragmento del texto del tercer volumen de los Catálogos del Terracotta Museu:
MIGRACIONES HUMANAS Y ESTÉTICA DE LA REALIDAD
Autor: Arnau Puig, filósofo y crítico de arte.

 

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